Hay lugares con tanta historia que a veces pensamos que todo en ellas es una leyenda. Sitios que uno se tiene que parar a pensar si realmente existen porque su nombre nos suena a algo francamente antiguo.
Samarkanda pertenece a ese grupo de ciudades que tienen un pasado denso y extraordinario. Y, por si alguien lo dudaba, existe. A pesar de Gengis Kan y los mongoles, que estuvieron a punto de borrarla del mapa.
En el 2001 esta ciudad, situada en la ex república soviética de Uzbekistán, en el trazado de la Ruta de la Seda, fue declarada Patrimonio de la Humanidad.
En Samarkanda destaca la Plaza del Registán. Allí están las madrazas o escuelas de Ulugh Beg, Sherdar y Tilla-Kari. La primera, del siglo XV, fue la universidad más importante de sus tiempos y fue construida por Ulugh Beg, un sabio y astrónomo, que fue gobernador de la ciudad. Mandó construir también el Observatorio astronómico Ulugh Beg. Todo un adelanto para su época y que en la actualidad es un museo.
La Mezquita Bibi Khanum es otro de los monumentos más interesantes de la ciudad. Ha tenido que ser restaurada ya que un terremoto la destrozó en el siglo XIX. Se encuentra muy cerca del Bazar de Siab, un concurrido y colorido mercado donde mezclarse con la vida cotidiana de la ciudad entre puestos de todo tipo de mercancías, principalmente hortalizas y frutos del campo.
Por último, sólo queda visitar las ruinas de Afrasiab, la que fuera la Samarkanda original. Cuenta la leyenda que allí está enterrado el profeta Daniel.
Y de leyenda en leyenda, la historia de esta antiquísima ciudad se diluye entre lo real y lo irreal, entre lo tangible de su belleza monumental, a pesar de la arquitectura soviética, y esa sensación que le queda al visitante de no ser capaz de llenar con su relato todas las expectativas que provoca el simple nombre de Samarkanda.
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